Luego sobrevino el cataclismo mental. Fue espantoso; más espantoso que cuanto pueda describir cualquier lengua articulada, porque ocurrió en el alma, sin detalle alguno que se pueda describir.
Un infernal, ululante gorgoteo o estertor de muerte rasgó entonces el ambiente -un ambiente putrefacto y ponzoñoso que hedía a nafta y a chorros de betún- brotando del coro concertado de la legión macabra que formaban aquellas híbridas blasfemias.
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