Voltaire: "Cuentos"

Memnón o la sabiduría humana

Memnón concibió un día la extravagante idea de ser completamente cuerdo, locura que pocos hombre han dejado de sufrir.

Micromegas

Pero el siriano era razonable y pronto se dio cuenta de que ningún ser que piensa es ridículo, aunque su estatura no pase de seis mil pies.

En mis viajes he visto gentes muy inferiores a nosotros, y otras muy superiores; mas no he hallado ninguna que no tenga más deseos que necesidades y más necesidades que satisfacciones. Acaso llegue algún día a un país donde no haya necesidades, pero hasta ahora no tengo la menor noticia de semejante país.

-- Disecamos moscas -- respondió uno de los filósofos --, medimos líneas, coleccionamos nombres, coincidimos acerca de dos o tres puntos y discrepamos sobre dos o tres mil que no entendemos.

-- No entiendo el griego --confesó el gigante.
-- Ni yo tampoco --respondió el filósofo.
-- Entonces ¿por qué citáis a ese Aristóteles en griego?
-- Porque lo que uno no entiende, lo ha de citar en una lengua que no sabe.

Historia de los viajes de Escarmentado

Enséñame el sitio donde la bondadosa reina María, hija de Enrique VIII, había hecho quemar a quinientos de sus vasallos, acción que, según un clérigo irlandés, era muy meritoria para con Dios, en primer lugar, porque los quemados eran todos ingleses, y en segundo, porque nunca tomaban agua bendita, ni creían en las llagas de San Patricio.

Vuestra nariz es larga y la nuestra chata, vuestro cabello es liso, nuestra lana rizada, vuestro cutis es de color sonrosado y el nuestro de color de ébano, por consiguiente, en virtud de las sacrosantas leyes de la naturaleza, debemos ser siempre enemigos. En las ferias de Guinea nos compráis como si fuéramos acémilas, para forzarnos a que trabajemos en no sé qué faenas tan penosas como ridículas; a vergajazos nos hacéis horadar los montes para sacar una especie de polvo amarillo, que para nada es bueno, y que no vale, ni con mucho, un cebollino de Egipto. Así, cuando os encontramos, y nosotros podemos más, os obligamos a que labréis nuestras tierras, o, de lo contrario, os cortamos las narices y las orejas.

En fin, después de haber visto cuanto bueno, hermoso y admirable hay en la Tierra, resolví no apartarme ya más de mis dioses penates. Me casé en mi país, fui cornudo y tenemos; acabé por comprender que mi situación erala más grata a que se puede aspirar en la vida humana.

Candido o el optimismo

Está demostrado, decía Pangloss, que las cosas no pueden ser de otra manera que como son, pues estando todo hecho para un fin, todo es necesariamente para el mejor fin. Nótese que las narices han sido creadas para llevar antiparras, y por eso antiparras; que las piernas fueron visiblemente instituídas para que las enfundásemos, y tenemos calzones. Las piedras hechas para ser talladas y construir castillos con ellas, y por eso monseñor posee un castillo suntuosísimo, porque el barón más grande de la provincia es quien ha de estar mejor alojado; y como loos cerdos han nacido para que se los coman, comemos cerdo todo el año; por consiguiente, los que afirman que "todo está bien", han afirmado una necedad, pues debieron decir que todo está lo "mejor posible".

"In continenti" le echaron grilletes y lo llevaron a un regimiento, donde le hicieron dar vueltas a derecha y a izquierda, sacar y meter la baqueta, apuntar, disparar, marcar el paso, y, además, le rociaron las espaldas con treinta varazos.

Llegado un esplendoroso día de primavera, se le ocurrió dar un paseo, y al efecto, echó a andar, en la creencia de que era un privilegio de la especie humana, como de la especie animal, servirse a su antojo de las piernas; pero apenas hubo caminado dos leguas, cuando le dieron alcance otros cuatro héroes de seis pies de estatura, que lo ataron codo con codo y lo llevaron a un calabozo, donde jurídicamente le preguntaron qué prefería, si ser azotado treinta y seis veces por todo el regimiento, o recibir de un solo golpe doce balas de plomo en el cerebro.

Un hombre que no había sido bautizado, un buen anabaptista, llamado Santiago, vio la manera cruel e ignominiosa como trataban a uno de sus hermanos, un ser bípedo y sin plumas, con su alma en su almario, y llevándose consigo a Cándido, lo condujo a su casa, y lo limpió, y le dio pan y cerveza, amén de dos florines, y aun quiso enseñarle a trabajar en sus manufacturas de telas de Persia fabricadas en Holanda.

Al otro día y mientras se estaba paseando, Cándido encontró a un pordiosero cubierto de pústulas, de ojos mortecinos, nariz roída, boca sesgada y dientes negros, que hablaba con voz gutural, tosía de un  modo violento, y escupía a cada esfuerzo un diente.

El volcán de Lisboa no podía estar en otra parte, ya que es imposible que las cosas no est´n onde se encuentran, y así todo está bien.

Esta debilidad ridícula [gusto por la vida] es tal vez una de nuestras más funestas inclinaciones; porque nada más necio que empeñarnos en llevar continuamente una carga de la que sin cesar queremos librarnos; nada más risible que horrorizarnos de nosotros mismos, y estar apegados a nosotros mismos; nada, en fin, más flto de sentido común, que acariciar la serpiente que nos muerde, hasta que ésta nos devora el corazón.
  - ¿Qué es optimismo? -preguntó Cacambo.
  - Es el prurito de sostener que todo es bueno cuando es malo -contestó Cándido, vertiendo lágrimas y mirando al negro. 

  - ¿Creéis que n todo tiempo los hombres se han matado unos a otros como lo hacen actualmente? ¿Que siempre han sido mendaces, bellacos, pérfidos, ingratos, ladrones, débiles, cobardes, envidiosos, glotones, borrachos, avaros, ambiciosos, sanguinarios, calumniadores, desenfrenados, fanáticos, hipócritas y necios? 

  - Cierto es -comentó el cura-, pero se ríen rabiando; porque aquí todos se lamentan a carcajadas, como a carcajadas se cometen los actos más detestables.

Los necios lo admiran todo en un autor consagrado. Únicamente leo para mí; sólo me gusta lo que concuerda con mis preferencias.

  - ¿Pero no veis que le abruma cuanto tiene? -replicó Martín-. Hace muchísimo tiempo, Platón dijo que no son estómagos sanos los que se cansan de los alimentos.

  - Sé que lo único que debemos hacer es cultivar nuestra huerta -terminó Cándido.

El hombre de los cuarenta escudos

  - Esperando se pasa la vida, y esperando se muere uno. Quede usted con Dios; salgo instruído, pero desconsolado.
  - Ese es muchas veces el fruto de la ciencia.
  - Creo que es lo más sensato. ¿Y en qué han terminado todas esas contiendas?
  - En seguir dudando. Si se hubiera controvertido la cuestión entre teólogos, hubiera habido excomuniones y derramamientos de sangre, pero los físicos hacen pronto las paces (...) Esa tentación revela a un hombre de juicio. Aconséjele usted que dude de todo, como no sea de que los tres a´ngulos de un triángulo son iguales a dos rectos; de que los triángulos que tienen la misma base y la misma altura son iguales, y de otras proporciones semejantes, por ejemplo, de que tres y dos son cinco.

Digan lo que digan, la vida monástica nada tiene de envidiable; y como afirma el dicho popular, los hombres son frailes que se reúnen sin conocerse, viven sin quererse y mueren sin llorarse.

Un  mes hace que me vino a ver el hombre de los cuarenta escudos; entró reventado de risa y de tan buena gana reía, que sin saber por qué me eché yo también a reír; que así de imitador ha nacido el hombre y tanto nos domina el instinto y tan contagiosos son los grandes movimientos del ánimo.

El producto de los extremos es igual al producto de los medios, pero dos costales de trigo robado no son, respecto al ladrón, como la pérdida de la vida de éste es al interés de la persona robada.

Era soltero, tenía un harén, nunca hizo caso de su familia, vivió siempre en plena crápula y murió de un hartazgo. Como se ve, era un ciudadano útil a su patria...

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