Erich Maria Remarque. "Sin novedad en el frente"

Al soldado, su estómago y digestión le resultan un terreno más familiar que a cualquier otra persona. Las tres cuartas partes de su vocabulario provienen de él...

Durante diez semanas recibimos instrucción militar, y en ese tiempo nos formamos de un modo más decisivo que en diez años de escuela. Aprendimos que un botón reluciente es más importante que cuatro volúmenes de Schopenhauer. Al principio, sorprendidos; luego, indignados y finalmente indiferentes, constatamos que lo decisivo no parecía ser el espíritu sino el cepillo de las botas, no el pensamiento sino el sistema, no la libertad sino la rutina.

Al cabo de tres semanas ya no nos resultaba inconcebible que un cartero con galones tuviera más poder sobre nosotros que el que antes poseían nuestros padres, nuestros profesores y todos los círculos culturales juntos, de Platón a Goethe.

Nos endurecimos y nos volvimos desconfiados, despiadados, vengativos, groseros..., y nos fue bien; eran precisamente esas cualidades las que nos faltaban.

La línea de los labios ha desaparecido, la boca parece mayor, le sobresalen los dientes como si fueran de yeso. La carne se funde, la frente se curva cada vez más, los pómulos se afilan. El esqueleto se abre paso desde dentro. Los ojos ya empiezan a hundirse. Dentro de una horas habrá terminado todo. No es el primero que veo en ese estado; pero crecimos juntos, por eso es distinto. Le copiaba los exámenes.

-- Mira, si adiestras a un perro a comer patatas y luego le echas un pedazo de carne, a pesar de todo lo cazará al vuelo, porque eso forma parte de su naturaleza. Si das a un hombre un poco de poder, hará lo mismo; lo cazará al vuelo. Es muy natural, porque ante todo el hombre no es más que una bestia, y después recibe una capa de decencia, como si se rebozara una croqueta. El ejército se basa en eso, que uno siempre posea el poder sobre los demás.

De repente, cuando comienzan a estallar los obuses, una parte de nuestro ser retrocede miles de años. Es el instinto de la bestia que despierta en nosotros, el que nos guía y nos protege. No es consciente, es mucho más rápido, más seguro, más infalible que la consciencia.

Cuando se han visto tantos cadáveres, no se comprende que uno solo cause tanto dolor.

Soy joven, tengo veinte años, pero no conozco de la vida más que la desesperación, el miedo, la muerte y el tránsito de una existencia llena de la más absurda superficialidad a un abismo de dolor. Veo a los pueblos lanzarse unos contra otros, y matarse sin rechistar, ignorantes, enloquecidos, dóciles, inocentes. Veo a los más ilustres cerebros del mundo inventar armas y frases para hacer posible todo eso durante más tiempo y con mayor refinamiento.

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