Eduardo Mendoza: "La ciudad de los prodigios"

 ... todo ello entre ordenes y contraórdenes, gritos, pitidos, relinchos, rebuznos, ronquido de calderas, estrépito de ruedas, rechinar de hierros, retumbar de piedras, repicar de tablas y entrechocar de herramientas, como si en aquel punto se hubieran dado cita todos los locos del país para dar rienda suelta a su vesanía.

Sólo dos cosas me hacen sentir alcalde, decía él: gastar sin freno y hacer el bandarra.

La idea de ganarse la confianza ajena sin dar a cambio la suya le parecía el colmo de la sabiduría.

Pablo se ofendía con facilidad, le llevaba la contraria por sistema y se empeñaba en tener siempre la razón, tres síntomas inequívocos de debilidad de carácter.

Yo contigo no discuto, dijo el oficial; sólo te digo ésto: ahora me voy a mear. Si cuando vuelvo aún estáis aquí, al oso lo fusilo, a los hombres os mando a trabajos forzados y a las mujeres les corto la cabeza al rape. Tú sabrás lo que os conviene.

Se es amable sin motivo. Si hay motivo, ya no es amabilidad, sino interés.

... pues el Rey no podía descender a decir: ya de esto no necesito, lo que podría implicar por una parte necesidad de ahorro y por la otra el reconocimiento de haber necesitado algo en alguna ocasión.

El era ajeno al interés que despertaba: procuraba pasar inadvertido, no sabía aún que la inteligencia es tan difícil de ocultar como la falta de ella, creía de buena fe que nadie se había fijado en él.

Toda la sociedad se asienta sobre estos cuatro pilares, pensó, la ignorancia, la desidia, la injusticia y la insensatez.

... por primera vez en su vida se veía a sí mismo con cariño: esto le permitía reírse de sus propias tribulaciones.

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