Francisco de Quevedo: "Los Sueños"

Por comisión general
de un buen consejo miré
este libro, y no habla mal;
gracia y sal tiene, y a fe
que cura llagas su sal.
Contra la fe en nada va,
 consejos a tiempos da,
castiga a quien lo merece;
parecerá (si parece)
y, así, imprimirse podrá.

Por comisión general
del Consejo, sin pedirlo,
vi este libro con cuidado,
y está bien; y, bien mirado,
¿Quién puede contradecirlo?
Con discreción, sin mentir,
murmura por corregir
algunas malas costumbres,
quita de vicios vislumbres,
y así se podrá imprimir.

Prólogo
Y si acaso escuece y pica, considere que no es sino sólo porque cuanto se dice es verdad y desengaño, que todos le quieren y nadie por su casa, y así no hay sino paciencia y calle y callemos, que sendas nos tenemos.

... y tan desfigurados como el soldado desdichado que, habiendo salido de su tierra para la guerra con bizarría, tallazo, galas y plumas, vuelve a ella después de muchos años más desgarrado y rompido que soldado, con un ojo menos, hecho un monóculo, medio brazo, con una pierna de palo, y todo él hecho un milagro de cera, bueno para ofrecido, con el vestido de la munición, sin color determinado, desconocido y roto, pidiendo limosna.

El alguacil endemoniado
Si le quieres leer, léele; y si no, déjale que no hay pena para quien no le leyere. Si le empezares a leer y te enfadare, en tu mano está con que tenga fin donde te fuere enfadoso.

Fue el caso que entré en San Pedro a buscar al licenciado Calabrés, clérigo de bonete de tres altos hecho a modo de medio celemín, orillo por ceñidor y no muy apretado, puños de Corinto, asomo de camisa por cuello, rosario en mano, disciplina en cinto, zapato grande y de ramplón, y oreja sorda, habla entre penitente y disciplinante, derribado el cuello al hombro como el buen tirador que apunta al blanco, mayormente si es blanco de Méjico o de Segovia, los ojos bajos y muy clavados en el suelo, como el qu codicioso busca en él cuartos, y los pensamientos tiples, color a partes hendida y a partes quebrada, tardón en la misa y abreviador en la mesa, gran cazador de diablos, tanto, que sustentaba el cuerpo a puros espíritus. Entendíasele de ensalmar, haciendo al bendecir unas cruces mayores que las de los malcasados. Traía en la capa remiendos sobre sano, hacía del desaliño santidad, contaba revelaciones, y si se descuidaban a creerle, hacía milagros.

   - En todo eso estoy bien -le dije-; sólo quería saber si hay en el infierno muchos pobres.
   - ¿Qué es pobres? -replicó.
   - El hombre -dije yo- que no tiene nada de cuanto tiene el mundo.
   - ¡Hablara yo para mañana! -dijo el diablo-. Si lo que condena a los hombres es lo que tienen del mundo, y esos no tienen nada, ¿cómo se condenan?

Sueño del Infierno
Vi una senda por donde iban muchos hombres de la misma suerte que los buenos y, desde lejos, parecía que iban con ellos mismos; y llegado que hube, vi que iban entre nosotros.

Atribúyolo, más que a devoción, en algunas, a golosina en el besar.

... y al fin, conocí que un malcasado tiene en su mujer toda la herramienta necesaria para mártir, y ellos y ellas, a veces, el infierno portátil.

   - ¿Boticarios pasan? -dije yo entre mí-. ¡Al infierno vamos!

   - ¿Ciento y sastres? No pueden ser tan pocos. La menor partida que hemos recibido ha sido de mil y ochocientos. En verdad que estamos por no recibirles.

Y diz que es la mejor leña que se quema en el infierno: sastres.

Pasé adelante por un pasadizo muy oscuro, cuando por mi nombre me llamaron. Volví a la voz los ojos, casi tan medroso como ellos, y hablóme un hombre que, por las tinieblas, no pude divisar más de lo que la llama que lo atormentaba me permitía.

En esto iba, cuando en una gran zahúrda andaban mucho número de ánimas gimiendo y muchos diablos, con látigos y zurriagas, azotándolos. Pregunté qué gente eran, y dijeron que no eran sino cocheros. Y dijo un diablo lleno de cazcarrias, romo y calvo, que quisiera más (a manera de decir) lidiar con lacayos; porque había cochero de aquéllos que pedía aún dineros por ser atormentado, y que la tema de todos era que habían de poner pleito a los diablos por el oficio, pues no sabían chasquear los azotes ta bien como ellos.

   - ¿A chinches hiede? -dije yo-. Apostaré que alojan por aquí los zapateros.
Y fue así, porque, porque luego sentí el ruido de los bojes y vi los trinchetes. Tapéme las narices y asoméme a la zahúrda donde estaban, y había infinitos.

Y advertid ahora que la cosa que más cara se os vende en el mundo es lo que menos vale, que es la vanidad que tenéis.

Apenas oyeron esto, cuando se pusieron todos a aullar y darse de bofetones. Hiciéronme lástima, no lo pude sufrir, y pasé adelante.

Y en el día del juicio todos los condenados, en señal de serlo, estarán a la mano izquierda. Al fin, es gente hecha al revés y que se duda si son gente.

Y veo una muchedumbre de mujeres, unas tomándose puntos en las caras, otras haciéndose de nuevo, porque ni la estatura con los chapines, ni a ceja con el cohol, ni el cabello con la tinta, ni el cuerpo con la ropa, ni las manos con la muda, ni la cara con el afeite, ni los labios con la color, eran los con que nacieron ellas. Y vi algunas poblando sus calvas con cabellos que eran suyos sólo porque los habían comprado. Otra vi que tenía su media cara en las manos, en los botes de unto y en la color.

   Dije que una señora era absoluta,
y siendo más honesta que Lucrecia,
por dar fin al cuarteto la hice puta.
   Forzóme el consonante a llamar necia
a la de más talento y mayor brío:
¡Oh, ley de consonantes, dura y recia!
   Habiendo en un terceto dicho lío,
un hidalgo afrenté tan solamente
porque el verso acabó bien en judío.
   A Herodes otra vez llamé inocente,
mil veces a lo dulce dije amargo,
y llamé al apacible impertinente.
   Y por el consonante tengo a cargo
otros débiles torpes, feos, rudos;
y llega mi proceso a ser tan largo
que, porque en una octava dije escudos,
hice, sin más ni más, siete maridos
con honradas mujeres, ser cornudos.
   Aquí nos tienen, como ves, metidos
y por el consonante condenados,
a puros versos, como ves, perdidos,
¡Oh, míseros poetas desdichados!

   - Miren -decía- que les notifico que miren bien si soy difunto, porque por mi cuenta es imposible que pueda ser esto.

Doncellas son que se vinienron al infierno con los virgos fiambres, y por cosa rara se guardan.

El mundo por de dentro
Por necio tengo al que toda la vida se muere de miedo que se ha de morir, y por malo al que vive tan sin miedo de ella como si no la hubiese. Que éste la viene a temer cuando la padece, y, embarazado por el temor, ni halla remedio a la vida ni consuelo a su fin. Cuerdo es sólo el que vive cada día como quien cada día y cada hora puede morir.

Es cosa avergonzada, así lo siente Metrodoro Chío y otros muchos, que no se sabe nada y que todos son ignorantes. Y aun esto no se sabe de cierto: que, a saberse, ya se supiera algo. Sospéchase: dícelo así el doctísimo Francisco Sánchez, médico y filósofo, en su libro cuyo título es Nihil scitur (No se sabe nada). En el mundo hay algunos que no saben nada y estudian para saber, y éstos tienen buenos deseos y vano ejercicio: porque, al cabo, sólo les sirve ele estudio de conocer cómo toda la verdad la quedan ignorando. Otros hay que no saben nada y no estudian, porque piensan que lo saben todo: son de éstos muchos irremediables; a éstos se les ha de envidiar el ocio y la satisfacción y llorarles el seso. Otros hay que no saben nada, y dicen que no saben nada porque piensan que saben algo de verdad, pues lo es que no saben nada: y a éstos se los había de castigar la hipocresía con creerles la confesión. Otros hay, y en éstos, que son los peores, entro yo, que no saben nada ni quieren saber nada ni creen se sepa nada, y dicen de todos que no saben nada: y todos dicen de ellos lo mismo, y nadie miente. Y como gente que en cosas de letras  y ciencias no tiene qué perder tampoco, se atreven a imprimir y sacar a luz todo cuanto sueñan. Estos dan que hacer a las imprentas, sustentan a los libreros, gastan a los curiosos y, al cabo, sirven a las especierías. Yo, pues, como uno de éstos, y no de los peores ignorantes, no contento con haber soñado El Juicio ni haber endemoniado un alguacil, y, últimamente, escrito El Infierno, ahora salgo sin ton y sin son (pero no importa, que esto no es bailar) con El Mundo por de dentro. Si te agradare y pareciere bien, agradéceselo a lo poco que sabes, pues de tan mala cosa te contentas. Y si te pareciere malo, culpa mi ignorancia en escribirlo y la tuya en esperar otra cosa de mí. Dios te libre, lector, de prólogos largos y de malos epítetos.

El viudo no va triste del caso y viudez, sino de ver que, pudiendo él haber enterrado a su mujer en un muladar y sin coste y fiesta ninguna, le hayan metido en semejante barahúnda y gasto de cofradías y cera. Y entre sí dice que le debe poco, y que, ya que se había de morir, pudiera haberse muerto de repente, sin gastarle en médicos, barberos ni boticas, y no dejarle empeñado en jarabes y pócimas.

¡Qué lástima tan bien empleada es la que se tiene a una viuda, pues por sí una mujer es sola, y viuda mucho más! Y así les dio la Sagrada Escritura nombre de mudas, sin lengua. Que eso significa la voz que dice viuda en hebreo, pues ni tiene quien hable por ella ni atrevimiento; y como se ve sola para hablar, y aunque hable, como no la oyen, lo mismo es que ser mudas, y peor.

La muerte
Fueron entrando unos médicos a caballo en unas mulas que, con gualdrapas negras, parecían tumbas con orejas. El paso era divertido, torpe y desigual, de manera que los dueños iban encima en mareta y algunos vaivenes de serradores; la vista, asquerosa de puro pasear los ojos por orinales y servicios; las bocas, emboscadas en barbas, que apenas se las hallara un braco; sayos, con resabios de vaqueros; guantes, en infusión, doblados como los que curan; sortijón, en el pulgar, con piedra tan grande que, cuando toma el pulso, pronostica al enfermo la losa.

Y como si el orinal les hablase al oído, se le llegan a la oreja,  avahándose los barbones con su niebla. Pues verles hacer que se entienden con la cámara por señas, y tomar su parecer al bacín, y su dicho a la hedentina, ¡no les esperara un diablo! ¡Oh, malditos pesquisidores contra la vida, pues ahorcan con el garrotillo, degüellan con sangrías, azotan con ventosas, destierran las almas, pues las sacan de las tierras de sus cuerpos sin alma y sin conciencia!

¡Corta, arranca, abre, asierra, despedaza, pica, punza, ajigota, rebana, descarna y abrasa!

En esto entró una que parecía mujer, muy galana y llena de coronas, cetros, hoces, abarcas, chapines, tiaras caperuzas, mitras, monteras, brocados, pellejos, seda, oro, garrotes, diamantes, serones, perlas y guijarros; un ojo abierto, y otro cerrado; vestida y desnuda de todas colores. Por el un lado era moza y por el otro era vieja. Unas veces venía despacio y otras aprisa. Parecía que estaba lejos y estaba cerca. Y cuando pensé que empezaba a entrar, estaba ya a mi cabecera. Yo me quedé como hombre que se pregunta qué es cosi y cosa, viendo ten extraño ajuar y tan desbaratada compostura. No me espantó. Suspendióme, y no sin risa; porque. bien mirado, era figura donosa. Preguntéle quién era, y díjome:
   -- La muerte.
   -- ¿La muerte?
Quedé pasmado. Y apenas albergué en el corazón algún aliento para respirar. Y muy torpe de lengua, dando trasijos con las razones, la dije:
   -- ¿Pues a qué vienes?
   -- Por tí -dijo.
   -- ¡Jesús mil veces! Muérome, según eso.

Era un hombrecillo menudo, todo chillido, que parecía que se rezumaba de palabras por todas sus conjunturas, zambo de ojos y bizco de piernas, y me parece que le he visto mil veces en diferentes partes.

¿Queréis ver qué tan malos son los letrados? Que si no hubiere letrados, no hubiera porfías; y si no hubiera porfías, no hubiera pleitos; y si no hubiera pleitos, no hubiera procuradores; y si no hubiera procuradores,  no hubiera enredos; y si no hubiera enredos, no hubiera delitos; y si no hubiera delitos, no hubiera alguaciles; y si no hubiera alguaciles, no hubiera cárcel; y si no hubiera cárcel, no hubiera jueces; y si no hubiera jueces, no hubiera pasión; y si no hubiera pasión, no hubiera cohecho. Mirad la retahíla de infernales sabandijas que se producen de un licenciadito, lo que disimula una barbaza y lo que autoriza una gorra.
Fuese, y púsoseme delante, enfrente de mí, un hombrecillo que parecía de cuchar, con pelo de limpiadera, erizado, bermejizo y pecoso.

Si lloviere hará lodos,
y será cosa de ver
que nadie podrá correr
sin echar atrás los codos.

Pues así es, que no tiene el que gana mucho, ni el que hereda mucho, ni el qu recibe mucho. Sólo tiene el que tiene y no gasta. Y quien tiene poco, tiene; y si tiene dos pocos, tiene algo; y si tiene dos algos, más es; y si tiene dos mases, tiene mucho; y si tiene dos muchos, es rico. Que el dinero (y llevaos esta doctrina de Pero Grullo) es como las mujeres, amigo de andar y que le manoseen y le obedezcan, enemigo de que le guarden, que se anda tras los que no le merecen y, al cabo, deja a todos con dolor de sus almas, amigo de andar de casa en casa.

Las mujeres parirán
si se empreñan y parieren,
y los hijos que nacieren
de cuyos fueren serán.

Hay en esto de las barrigas mucho que decir, y, como los hijos es una cosa que se hace a oscuras y sin luz, no hay quien averigüe quién fue concebido a escote ni quién a medias, y es menester creer el parto, y todos heredamos por el dicho del nacer, sin más acá ni más allá.

¿Quién está allá a las sepulturas? -- con una cara hecha orejón; los ojos en dos cuévanos de vendimiar; la frente con tantas rayas y de tal color y hechura qu parecía planta de pie; la nariz, en conversación con la barbilla, que, casi juntándose, hacían garra, y una cara de la impresión de la impresión del grifo; la boca, a la sombra de la nariz, de hechura de lamprea, sin diente ni muela, con sus pliegues de bolsa a lo jimio, y apuntándole ya el bozo de las calaveras en un mostacho erizado; la cabeza, con temblor de sonajas, y la habla danzante; unas tocas muy largas sobre el monjil negro, esmaltado de mortaja a la tumba; con un rosario muy largo colgando; y ella corva, que parecía, con las muertecillas que colgaban de él, que venía pescando calaverillas chicas.

Muy angosto, muy a teja vana, las carnes de venado, en un cendal, con unas mangas por gregüescos y una esclavina por capa y un soportal por sombrero, amarrado a una espada, se llegó a mí un rebozado y llamóme en la seña de los sombreros.

Atemoricéme, púsoseme en pie el cabello, sacudióme el temor de los huesos.

Diome grande risa y apartéme de él huyendo y por no le ver aserrar con las costillas un paredón a puros concomos.

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