Benito Pérez Galdós, "Torquemada en la hoguera"
Voy a contar cómo vino el fiero sayón a ser víctima; cómo los odios que provocó se le volvieron lástima, y las nubes de maldiciones arrojaron sobre él lluvia de piedad; caso patético, caso muy ejemplar, señores, digno de contarse para enseñanza de todos, aviso de condenados y escarmiento de inquisidores.
Es Torquemada el habilitado de aquél infierno en que fenecen desnudos y fritos los deudores; hombres de más necesidades que posibles; empleados con más hijos que sueldo; otros ávidos de la nómina tras larga cesantía; militares trasladados de residencia, con familión y suegra por añadidura; personajes de flaco espíritu, poseedores de un buen destino, pero con la carcoma de una mujercita que da tés y empeña el verbo para comprar pastas; viudas lloronas que cobran el Montepío civil o militar y bse ven en mil apuros; sujetos diversos que no aciertan a resolver el problema aritmético en que se funda la existencia social, y otros muy perdisos, muy faltones, muy destornilldos de cabeza o rasos de moral, tramposos y embusteros.
Hombe de composición homogénea, compacta y dura, no podía incurrir en la tontería de estirar el pie más del largo de la sábana. Torquemada no se iba enterando ni poco ni mucho; pero el otro se metía en un laberinto del cual no salía sino callándose.
Es Torquemada el habilitado de aquél infierno en que fenecen desnudos y fritos los deudores; hombres de más necesidades que posibles; empleados con más hijos que sueldo; otros ávidos de la nómina tras larga cesantía; militares trasladados de residencia, con familión y suegra por añadidura; personajes de flaco espíritu, poseedores de un buen destino, pero con la carcoma de una mujercita que da tés y empeña el verbo para comprar pastas; viudas lloronas que cobran el Montepío civil o militar y bse ven en mil apuros; sujetos diversos que no aciertan a resolver el problema aritmético en que se funda la existencia social, y otros muy perdisos, muy faltones, muy destornilldos de cabeza o rasos de moral, tramposos y embusteros.
Hombe de composición homogénea, compacta y dura, no podía incurrir en la tontería de estirar el pie más del largo de la sábana. Torquemada no se iba enterando ni poco ni mucho; pero el otro se metía en un laberinto del cual no salía sino callándose.
Antonio Tabucchi. "Los últimos tres días de Fernando Pessoa"
Mora alzó una mano y dijo: Phlebas el fenicio, muerto hace quince días, olvidó el clamor de las gaviotas y el hincharse del hondo mar para para hablarme de tu suerte, oh, gran Fernando. Sé que te aguardan las aguas del Aqueronte y después el torbellino furibundo de los átomos en los cuales todo se dispersa y todo se recrea, y tú quizá retornes a los jardines de Lisboa como flor que florece en abril, o tal vez en forma de lluvia sobre los lagos y sobre las lagunas de Portugal, y yo, mientras pasee, escucharé tu voz traspasada por el viento.
Amado. "Memorias de un niño"
En la literatura y en la vida, me siento cada vez más distante de los héroes y de los líderes y más próximo a aquellos a quienes todos los regímenes políticos y todas las sociedades desprecian, repelen y condenan.
La herejía es siempre activa y constructora, abre caminos nuevos. La ortodoxia envejece y pudre las ideas y los hombres.
La larga y dura experiencia me enseñó, con el paso de los años, la importancia de pensar con la propia cabeza. Por pensar y actuar conforme a mi cabeza, pago un precio muy alto, blanco del tiroteo de todas las ideologías, de todos los radicalismos ortodoxos. Precio muy alto y, aún así, barato.
¿No serán quizá las ideologías la desgracia de nuestro tiempo? ¿El pensamiento creador anegado, ahogado por las teorías, por los conceptos dogmáticos, el avance del hombre frenado por supuestas reglas inmutables?
Sueño con una revolución sin ideología, en la que el destino del ser humano, su derecho a comer, a trabajar, a amar, a vivir la vida plenamente, no esté condicionado por el concepto expresado e impuesto por una ideología, cualquiera que sea. ¿Un sueño absurdo? No hay derecho mayor y más inalienable que el derecho a soñar. El único derecho que ningún dictador puede recortar ni suprimir.
La herejía es siempre activa y constructora, abre caminos nuevos. La ortodoxia envejece y pudre las ideas y los hombres.
La larga y dura experiencia me enseñó, con el paso de los años, la importancia de pensar con la propia cabeza. Por pensar y actuar conforme a mi cabeza, pago un precio muy alto, blanco del tiroteo de todas las ideologías, de todos los radicalismos ortodoxos. Precio muy alto y, aún así, barato.
¿No serán quizá las ideologías la desgracia de nuestro tiempo? ¿El pensamiento creador anegado, ahogado por las teorías, por los conceptos dogmáticos, el avance del hombre frenado por supuestas reglas inmutables?
Sueño con una revolución sin ideología, en la que el destino del ser humano, su derecho a comer, a trabajar, a amar, a vivir la vida plenamente, no esté condicionado por el concepto expresado e impuesto por una ideología, cualquiera que sea. ¿Un sueño absurdo? No hay derecho mayor y más inalienable que el derecho a soñar. El único derecho que ningún dictador puede recortar ni suprimir.
Gonzalo Torrente Ballester. "Farruquiño"
... pensó que la libertad es siempre buena, llegue por donde llegue, y procurar ahogar las pocas penas que la viudez pudiera haberle ocasionado metiéndose en nuevos líos.
Erich Maria Remarque. "Sin novedad en el frente"
Al soldado, su estómago y digestión le resultan un terreno más familiar que a cualquier otra persona. Las tres cuartas partes de su vocabulario provienen de él...
Durante diez semanas recibimos instrucción militar, y en ese tiempo nos formamos de un modo más decisivo que en diez años de escuela. Aprendimos que un botón reluciente es más importante que cuatro volúmenes de Schopenhauer. Al principio, sorprendidos; luego, indignados y finalmente indiferentes, constatamos que lo decisivo no parecía ser el espíritu sino el cepillo de las botas, no el pensamiento sino el sistema, no la libertad sino la rutina.
Al cabo de tres semanas ya no nos resultaba inconcebible que un cartero con galones tuviera más poder sobre nosotros que el que antes poseían nuestros padres, nuestros profesores y todos los círculos culturales juntos, de Platón a Goethe.
Nos endurecimos y nos volvimos desconfiados, despiadados, vengativos, groseros..., y nos fue bien; eran precisamente esas cualidades las que nos faltaban.
La línea de los labios ha desaparecido, la boca parece mayor, le sobresalen los dientes como si fueran de yeso. La carne se funde, la frente se curva cada vez más, los pómulos se afilan. El esqueleto se abre paso desde dentro. Los ojos ya empiezan a hundirse. Dentro de una horas habrá terminado todo. No es el primero que veo en ese estado; pero crecimos juntos, por eso es distinto. Le copiaba los exámenes.
-- Mira, si adiestras a un perro a comer patatas y luego le echas un pedazo de carne, a pesar de todo lo cazará al vuelo, porque eso forma parte de su naturaleza. Si das a un hombre un poco de poder, hará lo mismo; lo cazará al vuelo. Es muy natural, porque ante todo el hombre no es más que una bestia, y después recibe una capa de decencia, como si se rebozara una croqueta. El ejército se basa en eso, que uno siempre posea el poder sobre los demás.
De repente, cuando comienzan a estallar los obuses, una parte de nuestro ser retrocede miles de años. Es el instinto de la bestia que despierta en nosotros, el que nos guía y nos protege. No es consciente, es mucho más rápido, más seguro, más infalible que la consciencia.
Cuando se han visto tantos cadáveres, no se comprende que uno solo cause tanto dolor.
Durante diez semanas recibimos instrucción militar, y en ese tiempo nos formamos de un modo más decisivo que en diez años de escuela. Aprendimos que un botón reluciente es más importante que cuatro volúmenes de Schopenhauer. Al principio, sorprendidos; luego, indignados y finalmente indiferentes, constatamos que lo decisivo no parecía ser el espíritu sino el cepillo de las botas, no el pensamiento sino el sistema, no la libertad sino la rutina.
Al cabo de tres semanas ya no nos resultaba inconcebible que un cartero con galones tuviera más poder sobre nosotros que el que antes poseían nuestros padres, nuestros profesores y todos los círculos culturales juntos, de Platón a Goethe.
Nos endurecimos y nos volvimos desconfiados, despiadados, vengativos, groseros..., y nos fue bien; eran precisamente esas cualidades las que nos faltaban.
La línea de los labios ha desaparecido, la boca parece mayor, le sobresalen los dientes como si fueran de yeso. La carne se funde, la frente se curva cada vez más, los pómulos se afilan. El esqueleto se abre paso desde dentro. Los ojos ya empiezan a hundirse. Dentro de una horas habrá terminado todo. No es el primero que veo en ese estado; pero crecimos juntos, por eso es distinto. Le copiaba los exámenes.
-- Mira, si adiestras a un perro a comer patatas y luego le echas un pedazo de carne, a pesar de todo lo cazará al vuelo, porque eso forma parte de su naturaleza. Si das a un hombre un poco de poder, hará lo mismo; lo cazará al vuelo. Es muy natural, porque ante todo el hombre no es más que una bestia, y después recibe una capa de decencia, como si se rebozara una croqueta. El ejército se basa en eso, que uno siempre posea el poder sobre los demás.
De repente, cuando comienzan a estallar los obuses, una parte de nuestro ser retrocede miles de años. Es el instinto de la bestia que despierta en nosotros, el que nos guía y nos protege. No es consciente, es mucho más rápido, más seguro, más infalible que la consciencia.
Cuando se han visto tantos cadáveres, no se comprende que uno solo cause tanto dolor.
Soy joven, tengo veinte años, pero no conozco de la vida más que la desesperación, el miedo, la muerte y el tránsito de una existencia llena de la más absurda superficialidad a un abismo de dolor. Veo a los pueblos lanzarse unos contra otros, y matarse sin rechistar, ignorantes, enloquecidos, dóciles, inocentes. Veo a los más ilustres cerebros del mundo inventar armas y frases para hacer posible todo eso durante más tiempo y con mayor refinamiento.
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